
Un par de anguilas japonesas revolotean dentro del estómago de un depredador. Se mueven en círculos, buscando un orificio que les permita escapar, mientras los ácidos estomacales comienzan a degradar sus cuerpos poco a poco. Algunas logran encontrar una salida. Otras consiguen sacar su cola al exterior; sin embargo, no son lo suficientemente ágiles para escapar. La gran mayoría, unos minutos tras la euforia, reducen su actividad, cesan sus movimientos y mueren.
Estas escenas forman parte de un estudio que documenta por primera vez el comportamiento y las rutas de escape de una presa dentro del estómago de un depredador.
De las 32 anguilas japonesas (Anguilla japonica) capturadas por el pez depredador Odontobutis obscura, según el artículo publicado en la revista Current Biology, solo nueve lograron escapar, atravesando el esófago y saliendo por una abertura en las branquias del cazador.

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En la naturaleza, la depredación ha llevado a una gran variedad de estrategias defensivas por parte de las presas. Una de estas tácticas —digamos, el último recurso— es escapar del sistema digestivo del depredador. Por ejemplo, un estudio de 2018 descubrió que cuando un escarabajo bombardero se encuentra en el estómago de un sapo, expulsa un fluido nocivo desde la punta de su abdomen, obligando al anfibio a vomitarlo.
Aunque esta capacidad de escape también se observa en peces e invertebrados, hasta ahora solo un puñado de especies parecen utilizar un escape activo, buscando por sí mismas una salida. La mayoría, en cambio (como el escarabajo) escapan de forma pasiva: aprovechan la ocasión cuando el depredador abre la boca o algún respiradero para huir, o usan sus espinas afiladas para que los escupan.
Entre estos «estrategas» se encuentran las anguilas japonesas. Estudios anteriores descubrieron que estos peces pueden liberarse una vez tragados por un pez más grande. Sin embargo, no se sabía cómo lo hacían ni si tenían una sola ruta de escape. Los científicos suponían que permanecían en la boca o cerca de ella para salir más tarde por el mismo camino o a través de las branquias.
Para aclarar estas dudas, un grupo de ictiólogos en Japón dirigidos por investigadores de la Universidad de Nagasaki inyectó sulfato de bario a algunas docenas de anguilas juveniles. Esta sustancia las haría visibles bajo los rayos X, permitiendo a los científicos observarlas dentro del estómago de un pez depredador una vez que se las comieran. Luego, colocaron a las anguilas en un tanque con O. obscura y registraron la interacción en videos.
El equipo descubrió que el comportamiento más común entre las anguilas era retroceder por el tracto digestivo, introduciendo la punta de su cola a través del esófago y las branquias del pez. Luego, sacaban la cola de las branquias, empujándose hacia atrás, y finalmente, enrollaban su cuerpo para sacar la cabeza y escapar completamente del cuerpo de O. obscura.
A través de estos pasos, «la A. japonica completa el escape y nada lejos del depredador», dicen los autores.
Además, el cuerpo alargado de las anguilas aumentaría la probabilidad de que la cola permanezca en el esófago al ser tragadas de cabeza, lo que facilitaría su escape.
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Pero no todas las anguilas usan la misma estrategia ni todas tienen la misma suerte. Según los científicos, once ejemplares que fueron tragados por completo intentaron nadar en círculos a lo largo de la pared del estómago. Cinco de ellos lograron introducir la cola en las branquias del pez, pero sus movimientos fueron en vano.
Muchos peces depredadores, incluido O. obscura, tragan a sus presas enteras junto con el agua circundante al abrir rápidamente la boca, explican los científicos. Esto lleva a la presa directamente al tracto digestivo del depredador, donde muere debido al ambiente altamente ácido y con bajos niveles de oxígeno.
Esto les habría ocurrido a las anguilas que no lograron escapar. Los investigadores observaron que, una vez en el tracto digestivo del depredador, las A. japonica reducen gradualmente su actividad hasta dejar de moverse.
En promedio, las anguilas jóvenes sobreviven unos cuatro minutos dentro del pez antes de morir. En cambio, las que lograron escapar lo hicieron en menos de un minuto. Por ende, el tiempo sería clave en esta interacción presa-depredador.
Los científicos también descubrieron que las anguilas con mayor peso corporal tenían más probabilidades de escapar que las más pequeñas. Por lo tanto, el desarrollo de fuerza muscular y la capacidad de moverse rápidamente de un entorno sin oxígeno y altamente ácido, así como para tolerar un entorno tan letal como el estómago serían escenciales para un escape exitoso.
Según los investigadores, los peces que lograron escapar no sufrieron daños significativos y continuaron «comportándose normalmente».
Aunque estas observaciones se realizaron en un entorno controlado de laboratorio, los científicos sospechan que esto también ocurre en la naturaleza. Sin embargo, aún falta por saber si las anguilas japonesas jóvenes usan esta estrategia cuando son tragadas por otras especies depredadoras o si este comportamiento ha evolucionado en otros peces.
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