Diversas especies humanas forjaron una cultura común hace 100 000 años, revela estudio

En la cueva de Tinshemet, en Israel, humanos, neandertales y otros homínidos compartieron herramientas, rituales y creencias, desafiando lo que sabemos sobre la prehistoria

Diversas especies humanas forjaron una cultura común hace 100 000 años, revela estudio
Ilustración que representa al Homo sapiens y al neandertal compartiendo tecnología y comportamiento. Créditos: Efrat Bakshitz.

Hace unos 100 000 años, en lo que hoy es Israel, un grupo de homínidos se refugiaba en una cueva llamada Tinshemet. Allí, entre las sombras de las paredes rocosas, encendían fogatas, tallaban herramientas de piedra y enterraban a sus muertos con trozos de ocre rojo. Pero estos no eran solo humanos modernos. En la misma región, otros homínidos, como los neandertales y grupos arcaicos, compartían el paisaje y, al parecer, también sus conocimientos. Un estudio dirigido por arqueólogos de la Universidad Hebrea de Jerusalén y publicado la semana pasada en Nature Human Behaviour, revela que, aunque físicamente diferentes, estos grupos desarrollaron un comportamiento cultural sorprendentemente uniforme. ¿Cómo lograron convivir y compartir prácticas tan avanzadas? La cueva de Tinshemet, situada en el corazón de Israel, podría tener las respuestas.

Diversas especies humanas forjaron una cultura común hace 100 000 años, revela estudio
Fig. 2: Cueva de Tinshemet, ubicación geográfica, plano de la cueva y estratigrafía. a) Ubicación de la cueva de Tinshemet y otros yacimientos importantes de mediados de la Edad Media en el Levante. b) Plano de la Terraza y la Primera Cámara de la cueva. c) Secciones estratigráficas de la parte exterior de la Primera Cámara y la Terraza, e imagen de campo de los sedimentos de la Terraza. Los círculos rojos indican restos humanos articulados. Las estrellas naranjas, unidas por una línea discontinua, indican la ubicación de fragmentos volcánicos con firmas riolíticas de evolución similar, lo que sugiere una correlación cronológica entre la Unidad A de la Terraza y la Capa III en la parte exterior de la Cámara Interior. Créditos: Zaidner, et al./Nature Human Behaviour, 2025.

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Durante el Paleolítico Medio (hace entre 130 000 y 80 000 años), el Levante, ubicado en el suroeste de Asia, fue un trampolín para la expansión de nuestra especie, el Homo sapiens, hacia el continente asiático. Pero este territorio no era solo un corredor migratorio; también se convirtió en un crisol de diversidad humana. En sitios como Nesher Ramla, en el centro de Israel, los arqueólogos han hallado fósiles de homínidos arcaicos similares a los neandertales, pero con características únicas que sugieren que podrían representar una especie distinta que vivió hace unos 120 000 años. Mientras tanto, en las cuevas de Skhul y Qafzeh, al norte de Israel, descansan restos de Homo sapiens del mismo período. Esta combinación de fósiles ha alimentado un largo debate sobre cómo estos grupos coexistieron y se relacionaron entre sí. Más allá de sus diferencias anatómicas, dejaron rastros de comportamientos sociales complejos, como entierros intencionales y el uso simbólico del ocre rojo. Un comportamiento cuya evidencia se refuerza con los nuevos hallazgos en Tinshemet.

En esta cueva del Paleolítico Medio, los arqueólogos descubrieron miles de herramientas de piedra, la mayoría fabricadas con una técnica llamada Levallois centrípeta. Este método, que implica golpear cuidadosamente una roca para obtener lascas afiladas, no era exclusivo de los humanos modernos. También lo usaban los neandertales y otros grupos de homínidos. La similitud en la tecnología lítica entre sitios del centro y norte de Israel sugiere que estos grupos no solo coexistieron, sino que compartieron conocimientos. «La uniformidad tecnológica es asombrosa», dicen los investigadores. «Esto indica que había una conectividad cultural entre grupos que, morfológicamente, eran muy diferentes».

Pero las herramientas no son lo único que une a estos homínidos. En Tinshemet, los arqueólogos también encontraron más de 7 500 fragmentos de ocre, un mineral utilizado para teñir y pintar. Algunos trozos se hallaron cerca de entierros humanos, lo que refuerza su posible significado simbólico en rituales funerarios. Sin embargo, lo más sorprendente es que este ocre no era local. Los habitantes de Tinshemet habrían viajado hasta 100 kilómetros para obtenerlo, lo que demuestra el valor que le daban. Incluso, ciertos fragmentos presentan señales de haber sido calentados para obtener tonos rojos más intensos, un detalle que refuerza la idea de que el color rojo tenía un significado especial en su cultura.

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Fig. 3: Artefactos líticos de la cueva de Tinshemet. Créditos: Zaidner, et al./Nature Human Behaviour, 2025.

La dieta de estos homínidos también ofrece una ventana a su organización social. Los restos de animales encontrados en la cueva muestran que cazaban grandes ungulados, como uros (bueyes) y caballos salvajes. Esta dependencia de presas grandes contrasta con períodos anteriores y posteriores, donde la caza era más diversa. Los investigadores sugieren que este patrón podría estar relacionado con rituales funerarios, donde los animales grandes eran usados en banquetes o como ofrendas. «No solo cazaban para sobrevivir, sino que también integraban la caza en sus prácticas culturales», afirman los científicos.

En la cueva, los arqueólogos encontraron cinco individuos enterrados, incluidos un adulto y un niño. Los cuerpos estaban en posición fetal, acurrucados como si estuvieran durmiendo, y acompañados de trozos de ocre. Estos entierros, junto con los de Qafzeh y Skhul, son los ejemplos más antiguos de prácticas funerarias formalizadas del Paleolítico Medio. «No es solo un entierro casual», señalan los investigadores, «es un acto deliberado, cargado de significado simbólico». Lo más interesante es que estos entierros no son exclusivos de los humanos modernos. Según los científicos, los neandertales y otros grupos arcaicos también practicaban rituales similares, lo que sugiere que compartían creencias sobre la muerte y el más allá.

Pero ¿cómo lograron estos grupos, tan diferentes físicamente, desarrollar un comportamiento cultural tan similar? La respuesta podría estar en la interacción y la mezcla. Estudios recientes sugieren que los fósiles de Qafzeh y Skhul muestran características de poblaciones híbridas, señalando cruces entre Homo sapiens y neandertales. Además, la similitud en las herramientas de piedra y el uso de ocre en sitios como Nesher Ramla y Tinshemet sugiere que estos grupos no solo coexistieron, sino que compartieron cultura. «El Levante fue un crisol de interacciones», dicen los arqueólogos. «Aquí, diferentes grupos de homínidos se encontraron, interactuaron y posiblemente se mezclaron».

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Fig. 4. Entierros humanos en las cuevas de Tinshemet, Qafzeh y Skhul. Obsérvese que en las tres cuevas, el cuerpo fue depositado sobre el lado derecho (excluida Qafzeh 9) en posición fetal, independientemente del sexo o la edad. Créditos: Zaidner, et al./Nature Human Behaviour, 2025.

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La cueva de Tinshemet, además de ser una ventana al pasado, también es una muestra de que la evolución humana no ha sido un camino lineal. Durante miles de años, diferentes grupos de homínidos compartieron el mismo paisaje, aprendieron unos de otros y, quizás, se mezclaron. Su legado no se limita a herramientas de piedra o pigmentos, sino la evidencia de que, incluso en la prehistoria, la conexión cultural era posible entre grupos muy diferentes. Como concluye el estudio: «La uniformidad del comportamiento en el Levante no es solo un reflejo de la adaptación al medio ambiente, sino de la capacidad humana para crear vínculos más allá de las diferencias».

Hoy, la cueva de Tinshemet está en silencio, pero sus paredes aún guardan los ecos de un tiempo en que humanos, neandertales y otros homínidos compartieron no solo un territorio, sino también una cultura. En sus profundidades, el fuego que alguna vez iluminó sus rostros sigue ardiendo en forma de preguntas. Preguntas que tal vez nunca logremos responder del todo.


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