
En lo profundo del Parque Nacional Soberanía, en Panamá, un pequeño nido descansa sobre una hoja ancha y plana en el sotobosque. Dentro, un polluelo de jacobino nuquiblanco, un colibrí tropical, aguarda en silencio. A simple vista, parece un bulto más en el nido, pero cuando una avispa depredadora se acerca, algo extraordinario sucede: el polluelo levanta la cabeza y comienza a sacudirla de lado a lado, mientras sus largas plumas se erizan, imitando el movimiento de una oruga venenosa. La avispa, confundida, se aleja. Este comportamiento, observado por un equipo internacional de biólogos, podría ser una de las estrategias antidepredatorias más ingeniosas jamás documentadas en aves.
El estudio, publicado esta semana en la revista Ecology, revela que los polluelos del jacobino nuquiblanco (Florisuga mellivora) no solo se parecen a las orugas de la zona, sino que también imitan sus movimientos para engañar a los depredadores. Este fenómeno, conocido como mimetismo batesiano, es raro en las aves y sugiere que la evolución ha encontrado una forma creativa de proteger a estos pequeños colibríes en una de las etapas más vulnerables de su vida.

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El jacobino nuquiblanco es un colibrí que habita los bordes de bosques húmedos y áreas abiertas desde México hasta Brasil. Los machos lucen un llamativo plumaje azul brillante en la cabeza y un collar blanco que contrasta con sus partes inferiores. Las hembras, en cambio, son más diversas en apariencia: algunas se asemejan a los machos, mientras que otras tienen tonos verdes y un patrón moteado más discreto, una diversidad en apariencias que los científicos llaman polimorfismo.
Sin embargo, lo que realmente distingue a esta especie de sus congéneres es su estrategia de nidificación. A diferencia de otros colibríes que construyen sus nidos bajo hojas o en ramas protegidas, el jacobino nuquiblanco opta por una táctica más arriesgada: nidos abiertos sobre hojas grandes en el sotobosque. Esta elección lo hace especialmente vulnerable a los depredadores, desde avispas hasta aves más grandes. De hecho, estudios previos han demostrado que hasta el 80% de los fracasos en la anidación de colibríes se deben a la depredación.
Los peligros constantes a los que están expuestas las aves moldean sus cuerpos y comportamientos, explican los científicos, ya que solo los más adaptados logran sobrevivir y reproducirse. Y el peligro aumenta en las regiones tropicales debido a la alta cantidad de depredadores en sus hábitats. Entre las estrategias que han desarrollado estas aves para salir airosas en las etapas iniciales de su vida se incluyen esconderse (lo que se llama ocultación), camuflarse para confundirse con su entorno, atacar directamente a los depredadores, compartir nidos en grupos (lo que se conoce como nidificación comunitaria) e incluso migrar para evitar zonas peligrosas. Como una familia que se muda de un barrio conflictivo para escapar de la delincuencia.
«Debido a su pequeño tamaño», dicen los autores, «y su estrategia de cuidado uniparental [solo un padre cuida la cría], los colibríes pueden ser especialmente propensos a los depredadores cuando son polluelos».
Fue en este contexto que los investigadores, dirigidos por un ecólogo de la Universidad de Colorado, observaron a una hembra de jacobino nuquiblanco incubando su nido entre febrero y marzo de 2024. Según el reporte, el nido, hecho de fibras con pequeñas semillas, estaba ubicado a lo largo de un sendero en el Parque Nacional Soberanía, a unos seis metros del camino principal. Lo que llamó la atención de los científicos fue el aspecto del polluelo recién nacido: cubierto de suaves y largas plumas de «plumón natal» que coincidían estrechamente con la coloración del material del nido, y lo hacían parecer una oruga peluda.
El comportamiento del polluelo fue igualmente notable. El primer día después de salir del cascarón, cuando los investigadores se acercaron a menos de un metro del nido, el polluelo levantó la cabeza y comenzó a moverla de un lado a otro, aproximadamente una vez por segundo. Mientras tanto, sus plumas se erizaban, haciendo que pareciera más grande y extraño. Este movimiento continuó hasta el último día de observación, aunque con menos intensidad.
Un momento crucial de la observación, dice el informe, ocurrió el 12 de marzo, pocos días después de que el polluelo naciera. Mientras la madre estaba fuera, una avispa carnívora (Epiponini) se acercó al nido. Ante esta amenaza, el polluelo comenzó sus movimientos de sacudir la cabeza, imitando el comportamiento defensivo de ciertas orugas venenosas. Para sorpresa de los investigadores, el «truco» funcionó: la avispa se alejó volando.
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El aspecto y el comportamiento del polluelo recuerdan a las orugas con pelos urticantes, comunes en la región, dicen los científicos. Estas orugas, de familias como Megalopygidae y Saturniidae, poseen pelos que pueden causar picaduras muy dolorosas. Al imitar a estas orugas, los polluelos de jacobino nuquiblanco podrían estar aprovechándose de la aversión natural que muchos depredadores tienen hacia ellas. Este tipo de mimetismo, donde un animal inofensivo imita a uno peligroso, se conoce como mimetismo batesiano y es común en insectos, pero extremadamente raro en aves. En este caso, los polluelos no imitan a una especie de oruga específica, sino que tienen un parecido general con las orugas locales con espinas urticantes.
Los investigadores comparan este caso con el de la Plañidera ceniza (Laniocera hypopyrra), un ave que habita las selvas húmedas suramericanas, cuyos polluelos también imitan a las orugas. Sin embargo, mientras la Plañidera ceniza tiene plumas naranjas brillantes que se asemejan a una especie específica de oruga (Megalopygidae), el jacobino nuquiblanco parece imitar a varias orugas de la zona, lo que sugiere un mimetismo más generalizado.
Aunque el mimetismo es la explicación más convincente, los investigadores no descartan otras posibilidades. Las largas plumas del polluelo podrían servir como camuflaje, ayudándolo a confundirse con el material del nido. También podrían actuar como una barrera física, dificultando que depredadores pequeños, como avispas, accedan a las partes blandas del cuerpo del polluelo.
«Es probable que estas estrategias funcionen en conjunto», escriben los autores. «El camuflaje podría ser la primera línea de defensa, y el comportamiento de sacudir la cabeza entraría en acción si el polluelo es detectado».
Este comportamiento, de sacudir la cabeza, y el desarrollo del plumón natal de las crías sería único entre los colibríes y podría ser una adaptación evolutiva específica del jacobino nuquiblanco y su pariente cercano, el jacobino negro (Florisuga fusca).
Según los investigadores, esta estrategia podría haber evolucionado porque las aves con períodos largos de dependencia juvenil, llamados «períodos de volantones», como la Plañidera ceniza, son más vulnerables a los depredadores. Además, estos colibríes (incluyendo al jacobino negro) construyen nidos muy expuestos, lo que contrasta con la mayoría de los colibríes tropicales, que prefieren lugares más protegidos. Estas características habrían llevado a la aparición de una estrategia de supervivencia en las crías.
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El estudio también da pie a varias preguntas: ¿cómo surgió esta estrategia en un linaje tan específico de colibríes? o ¿qué costo tiene para el polluelo tener tantas plumas largas al nacer?. Lo que está claro es que este descubrimiento abre una nueva ventana al estudio de las estrategias antidepredatorias en las aves. «Normalmente, nos enfocamos en las plumas iridiscentes y las habilidades de vuelo de los colibríes», concluyen los científicos. «Pero este estudio nos recuerda que incluso las plumas de los polluelos pueden esconder secretos fascinantes».
Aunque el polluelo observado lamentablemente murió antes de completar su desarrollo, esta investigación demuestra cómo la apariencia y el comportamiento pueden trabajar juntos para proteger a los más vulnerables de la naturaleza.
Mientras tanto, en el sotobosque panameño, los polluelos de jacobino nuquiblanco siguen sacudiendo sus cabezas, engañando a depredadores y desafiando nuestra comprensión de la evolución. En el mundo de los colibríes, parece que la supervivencia no siempre depende de la fuerza o la velocidad, sino de un buen disfraz y un poco de actuación.
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