Por primera vez, biólogos han observado cómo los machos de una especie en el reino animal ayudan a las hembras a cambiar de piel, pasar de ninfas a adultas, para ser los primeros en el apareamiento. Un comportamiento que habría nacido en un ambiente competitivo, según un artículo publicado en la revista iScience a inicios del mes.
Durante horas, los machos del ácaro araña roja (Tetranychus urticae) protegen y vigilan a las hembras juveniles, esperando que sus parejas potenciales comiencen a mudar sus exoesqueletos. Cuando llega el momento, y la piel exterior (exuvia) de las hembras se torna de un color gris, los machos usan sus patas delanteras para «tamborear» contra ellas. «Lo que puede funcionar para estimular a la hembra a comenzar a romper la exuvia», indican los biólogos de la Universidad de Viena (Austria) en su paper.
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Tetranychus urticae, es una especie de ácaro que vive en los cultivos donde suele hacer daño a las plantaciones, debido a que se alimentan de la sábila. Además, se reproducen rápidamente. Cada hembra es capaz de poner 60 huevos por fecundación. Por lo que son animales de importancia para estudios de control de plagas y para la fisiología de las plantas.
Normalmente las hembras de estos ácaros alcanzan la madurez sexual a los 10 días de edad. En la fase final antes de la muda, las hembras asumen un aspecto plateado, que dura unas 2 horas. Esta es una fase muy importante para los machos guardianes, dicen los científicos.
«Las hembras plateadas y las hembras recién emergidas son especialmente atractivas para los machos rivales que no vigilan, debido a que liberan más feromonas».
Según el nuevo artículo, en esa última fase de transición hacía la vida adulta, los machos empiezan su labor. Tamborilean contra ellas, como una señal para que las hembras empiezen a emerger.
Cuando la hembra abre la primera grieta de su piel, los machos usan sus pedipalpos (piezas bucales con forma de aguja) para ayudarla a arrancar la piel vieja. Pero a diferencia de una muda «natural» dónde las hembras se arrancan solas la piel empezando por la cabeza, los machos quitan primero la parte trasera, dónde está el órgano reproductor.

Una vez que se elimina la exuvia de la parte genital de la hembra, el macho se desliza debajo de ella por detrás, dobla la punta de su abdomen hacia arriba e inserta su edeago (órgano reproductor) en la abertura genital.
«Algunos machos inseminaron a la hembra mientras la parte anterior del cuerpo [región de la cabeza] de la hembra aún estaba parcialmente cubierta por la exuvia», dicen los autores.
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Según los científicos, este comportamiento habría evolucionado debido a que las hembras son más fértiles inmediatamente después de la muda y la primera pareja masculina engendra todas las hijas. (Los hijos solo tienen genes maternos, nacen de forma independiente).
Además, esa primera cópula impide que otros machos inseminen a la hembra si hay otro apareamiento después y tiene implicaciones en las futuras fecundaciones de la hembra —digamos que ser el primer en la vida de una hembra de T. urticae es fundamental.
Por ende, ese momento es crítico para los machos protectores, si no se apuran corren el riesgo de que otro macho se adelante y todo el trabajo de cuidar sea una pérdida de tiempo y de recursos. Es decir, es un comportamiento adaptativo que nació en un ambiente de alta competencia.
Una competencia que ya se había documentado anteriormente, por ejemplo, se ha observado que al comienzo de la cópula, los machos que no tienen hembras suelen trepar por encima y alrededor de la pareja que está en apareamiento, tratando de buscar un hueco entre el macho y la hembra. Lo que deriva en cambios de comportamiento de la pareja, algunos machos se vuelven agresivos. Incluso, bajo estas «interrupciones», los machos copuladores se separan de la hembra para atacar al intruso y terminan perdiendo su lugar.
Es decir, pasarse horas protegiendo a una hembra juvenil no garantiza el apareamiento, dicen los científicos, además la vigilia constante es una estrategia de alto riesgo que requiere mucho tiempo y energía.
Por lo tanto, este nivel de competencia, habría llevado a los machos acortar el tiempo de muda, desnudando a las hembras directamente y aún con algo de piel de la ninfa empiezan con el acto reproductivo.
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Durante su estudio, los biólogos de Viena también observaron que una hembra se resistía a permitir a la cópula a un macho que había estado poco activo en ayudarla: presionaba su vientre sobre las hojas de las plantas para evitar que el macho se deslizara debajo de su cuerpo e insertara su edeago. Lo que es indicativo, dicen los autores, de que las hembras ajustan su accesibilidad dependiendo de qué tan activo sea un macho. Un comportamiento que para ellas sería beneficioso y una muestra de calidad masculina.
«Nuestro estudio — concluye el equipo—, proporciona la primera evidencia experimental rigurosa de que los machos artrópodos que protegen desvisten a las hembras durante la muda para hacerlas más rápidamente accesibles para la cópula. Tal comportamiento es adaptativo porque maximiza las posibilidades de ser el primer compañero y asegura engendrar la descendencia».
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[Desde Guna Yala, un artículo de Morbeb]