Una estrella moribunda, similar al sol, devoró a un planeta 10 veces más grande que Júpiter a 13 000 años luz de nosotros y un equipo de astrónomos captó el momento de forma directa por primera vez.
La señal apareció como un destello en 2020, luego dejó un rastro químico que los científicos analizaron para confirmar que se trataba de una estrella tragándose a un planeta, un proceso llamado inmersión planetaria.
Según su estudio publicado en la revista Nature, la observación «proporciona un eslabón perdido en nuestra comprensión de la evolución y el destino final de los sistemas planetarios» incluído el nuestro.
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Si bien en el pasado ya se habían detectado indicios de eventos de inmersión, hasta ahora nadie había atrapado el fenómeno en el proceso. Solo se habían captado las firmas químicas de los planetas en la luz de algunas estrellas, lo que sugiere que mundos enteros estan siendo digeridos. Incluso, según las estimaciones, nuestro planeta podría tener el mismo destino cuando el Sol se convierta en una gigante roja.
Esto es, durante la mayor parte de sus vidas, las estrellas brillan gracias a la fusión de átomos de hidrógeno en helio. Sin embargo, una vez agotados sus reservas de hidrógeno, comienzan a fusionar helio, llevando a una producción masiva de energía. En cada fusión, las estrellas pierden masa, debilitando su fuerza de gravedad interna, por lo tanto, a medida que más fusiones ocurran ya no puede contrarrestar la presión externa. Entonces se enfrían, se tornan rojas y se expanden, hasta miles de veces su tamaño original, a medida que evolucionan hasta convirtiéndose en gigantes rojas.
En el proceso, los planetas interiores, los que orbitan cerca del astro, son engullidos, provocando un aumento en el brillo de sus estrellas debido al material del planeta que cae en ella. Esto en teoría, ya que nunca se había observado.

La primera señal, ahora denominado ZTF SLRN-2020, se detectó en mayo de 2020 con el Zwicky Transient Facility, un estudio astronómico que monitorea el cielo en busca de cambios repentinos en el brillo de las estrellas utilizando el Observatorio Palomar del Instituto de Tecnología de California.
Los astrónomos se toparon con un estallido, mientras buscaban estrellas fusionadas, llamadas novas rojas. El destello comenzó como un brillante haz de luz que se intensificó 100 veces durante los siguientes 10 días, para luego desvanecerse rápidamente. Trás el estallido hubo una señal más tenue que duró 6 meses antes de apagarse.
Al principio los científicos, dirigidos por investigadores del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), creyeron ver a una estrella binaria (dos estrellas orbitando entre sí) extraer material de su vecina, pero las curvas de luz eran completamente diferentes.
Para descubrir el origen recurrieron al Observatorio Keck en Hawái. Gracias a Keck, descompusieron las longitudes de ondas de la luz para obtener su composición química. Los datos mostraron la presencia de Sodio, Bario, Hidrógeno y Magnesio, en lugar de hidrógeno y helio simples, que los investigadores esperaban en el caso de ser una nova. Por ende, se trataba de algo diferente.
El observatorio también reveló una estrella enfriándose a unos 5000 grados Fahrenheit, unas 10 veces más fría que las temperatura que se esperaba.
Normalmente, cuando una estrella aumenta su brillo se vuelve más caliente. Por lo tanto, las bajas temperaturas y el brillo de las estrellas eran desconcertantes, dijeron los investigadores.
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Para resolver el misterio, hicieron más observaciones está vez en infrarrojo con el Telescopio Espacial NEOWISE de la NASA. Con las nuevas observaciones calcularon que la energía liberada por el destello era pequeña, aproximadamente 1 000 veces más pequeña que la masa de la estrella. Mucho más pequeña que la fusión de estrellas.
Por lo tanto, los científicos concluyen que la luz observada fue la un planeta similar a Júpiter (mil veces más pequeña que el sol) siendo engullido por su estrella.
Además, la presencia de polvo y gas revelaron que la interacción estaba en curso mucho antes, y el estallido inicial observado en Mayo, habría sido el momento final de un planeta gaseoso similar a Júpiter o Neptuno, 10 veces más grande que el primero, según los cálculos del equipo, que sucumbía ante su estrella.
Al consumidor el planeta, la capa externa de la estrella habría sido lanzada al espacio, lo que se condensó en polvo bajando la temperatura del astro.
Por lo tanto, el nuevo estudio es la primera evidencia directa de cómo acaban los planetas cercanos a sus estrellas cuando ésta llega al final de su vida. Y nos da una visión de cómo acabará la Tierra, Mercurio y Venus cuando el Sol esté en camino de convertirse en una gigante roja dentro de unos 5 000 millones de años.
«Creo que hay algo bastante notable en estos resultados que habla de la fugacidad de nuestra existencia», dijo el coautor Ryan Lau, un astrónomo de NOIRLab, en un comunicado. «Después de los miles de millones de años que abarcan la vida útil de nuestro Sistema Solar, nuestras propias etapas finales probablemente concluirán en un destello final que dura solo unos pocos meses».
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[Desde Guna Yala, un artículo de Morbeb]